lunes, 29 de diciembre de 2008

EL ELEGIDO


Abre los ojos y al principio le cuesta situarse. Todo da vueltas a su alrededor, hasta el punto de que durante unos segundos teme incluso perder el conocimiento. Los cierra de nuevo, hastiado, dando tiempo a que aquella sensación desaparezca. Suspira con disgusto. Esta cansado, muy, muy cansado. Él, al que llaman el buscador, el iniciador, el rastreador de almas, ya no tiene fuerzas para seguir adelante. La ironía no escapa a su fina sensibilidad, y una sonrisa torva se dibuja en su rostro. Maxím el gran profesor. El Gran Blanco, como le llaman sus enemigos; el mago al que la oscuridad teme con reverencia, ya no tiene ganas de vivir.

Desde hace tanto tiempo que ya no puede ni recordar, ha sido el encargado de guiar con mano firme al resto de magos blancos, luchando constantemente por mantener el orden y hacer el bien. Gracias a sus conocimientos e intuición, busca y forma a los futuros magos, transmitiéndoles la sabiduría de siglos de experiencia. Intenta elegir con acierto, puesto que tiene el don de intuir la magia en el interior de los seres humanos. Es capaz de sentir la bondad, la nobleza, la luz que emana de los espíritus bondadosos.

El bien y el mal no son una entelequia; existen y, en mayor o menor medida, ambos se reflejan en todos los seres vivos en un equilibrio endeble pero real. Son dos caras distintas de una misma moneda. Y lo mismo sucede con la magia. De espaldas a los seres comunes, la magia blanca lucha sin cuartel contra su reflejo negativo, el poder oscuro.

Maxim vuelve a abrir los ojos una vez que siente que se estabiliza. Al hacerlo se encuentra de bruces ante la imagen de un anciano de pelo largo y cano. Profundas arrugas surcan aquella cara cansada y ajada por los años, cuyo único signo de vivacidad son unos ojos azul oscuros que aún conservan cierta inquietud. El viejo levanta una mano pensativo, observándole con fijeza, mientras una sonrisa melancólica se dibuja en aquel rostro sabio.

El mago observa con cierta congoja su reflejo en el cristal del establecimiento ante el que se ha materializado. De un tiempo a esta parte siente la necesidad de transmitir su sabiduría, de cederla, y descansar. Al fin y al cabo, el tiempo sólo afecta a un mago cuando pierde las ganas de vivir, e intuye que a él le ha llegado su hora. No sabe cuándo consintió que la desidia entrara en su corazón, pero ya hace un tiempo que el cansancio y la dejadez se apoderaron de su espíritu. Siente que la lucha se esta perdiendo, que el mal esta ganando de manera inevitable y que ya nada se puede hacer. Su magia se alimenta de la bondad del mundo, y ésta es cada vez más escasa y relativa. Ha visto como muchos de sus hermanos blancos han ido cayendo lenta pero inexorablemente, bien vencidos en intensas luchas, bien seducidos por el poder oscuro. Cada vez le es más difícil dar con aprendices blancos, puros; almas en las que el mal sólo sea un pequeño residuo molesto. A cambio encuentra volubilidad, almas indefinidas fácilmente seducibles por aquel reverso tenebroso. De sus cinco últimos iniciados, tres engrosan actualmente el cada vez más nutrido ejército del mal. El último ni siquiera le ha defraudado. La primera señal de su perdición. Sólo el empeño casi inútil de encontrar un aprendiz con la suficiente categoría esta retrasando lo inevitable.

Olvida aquel reflejo ingrato en el que se ha convertido su cuerpo y mira más allá, hacia aquel mundo nuevo. Se gira para encontrarse ante una gran avenida atestada de gente y coches. Se sitúa con rapidez. Nueva York. El bullicio es grande, como en todas grandes urbes. Parece época navideña; toda la ciudad está decorada. Intenta centrarse, al fin y al cabo ha viajado allí buscando un nuevo aspirante.

No le cuesta mucho encontrar a su nuevo aprendiz. Un chico de unos doce años pasa a su lado sin apenas prestarle atención. A pocos metros de allí se detiene ante una parada de autobús. Él, en cambio, queda anonadado ante su presencia. El pulso que late en su interior es de una intensidad como nunca ha sentido antes en todo el tiempo en el que ha llevado a cabo aquella labor iniciática. Su mente se conecta con la de aquel chico excepcional, y lo que ve le llena de esperanza. Su corazón se acompasa al suyo. Sus pulsos se unen, y empieza a adentrarse en su alma.

Un primer latido. Un niño de apenas dos años llora con amargura ante un plato de papilla. El llanto cesa de golpe, cuando el bebé escucha el silbido de una olla a presión a punto de estallar. La abuela, que aquel día está cuidando del chico, sigue al teléfono sin ser consciente que se ha dejado aquel fuego encendido. El recuerdo de su madre retirando la olla y poniéndola bajo el agua mientras apaga la placa surca la mente del niño, mientras un pequeño milagro va materializándose.

El ruido del agua corriendo atrae a aquella buena mujer a la cocina. Asustada, observa la escena incapaz de recordar el momento en que ha retirado la olla del fuego. Mira perpleja a al niño, que sigue llorando sin parecer ser consciente de lo sucedido. Una extraña imagen surca su mente, pero la deshecha con rapidez. Sonríe aliviada, aunque ligeramente preocupada por aquel olvido. Se promete ir al médico para hacerse una revisión.

Un segundo latido. Ahora tiene cinco años y está en el recreo del colegio. Observa con extrañeza cómo un hombre intenta con disimulo engatusar a otro niño con caramelos en el patio. Intuyendo que algo no anda bien, busca con la mirada a algún profesor, pero éstos parecen haber desaparecido. Asustado, intenta llamar la atención de aquella alma que siente perversa, y que sin poder evitarlo, se vuelve hacia él. Las miradas se cruzan de manera breve, pero intensa. El degenerado se da la vuelta y regresa por donde ha venido. La oscuridad de su interior ha sido arrinconada por una luz cegadora.

Tercer latido. Este recuerdo es de apenas unos días atrás. El autobús del colegio se dirige al colegio South West de Manhattan. La situación económica de su madre, soltera como otras tantas en aquella gran urbe, ha mejorado en el último par de años de manera excepcional. Le han contratado en un bufete de abogados, después de completar la carrera de derecho a distancia. El chaval viaja ensimismado, contento por la alegría que observa hace ya un tiempo en los ojos de su madre, ajeno a su influencia en todo ello. De repente, un conductor ebrio que llega tarde al trabajo se salta un semáforo y se dirige directo hacia el autobús. Una niña adormilada que esta mirando por el cristal del autobús a la calle, lo ve, y comienza a gritar. Justo en el último momento, y cuando la colisión parece irremediable, el coche gira sobre sí mismo y se estampa contra una boca de incendios, salvando al autobús por milimetros. Milagrosamente, todos los implicados salen ilesos de la tragedia, mientras el conductor del coche asegura que éste ha girado sólo. El chico, desorientado, siente por primera vez que algo surgido de su interior ha manipulado aquel coche evitando la tragedia.

La imagen se empieza a difuminar mientras Maxim supone que aquel incidente es el que le ha atraído hacia allí. Sigue observando historias cotidianas, ahora más sencillas, mientras se maravilla con la pureza de aquel corazón, con la bondad de aquella alma. Por fin ha encontrado a su sucesor, al aprendiz que llegará a ser maestro de maestros, aquel que le dejará pequeño con su grandeza. Piensa gozoso que aquel chico puede decantar la balanza a favor del bien; la esperanza de un mundo mejor.

Empieza a caminar hacia el chaval, nervioso pero con los sentidos ya recuperados, cuando la visión de un hombre parado al lado del chico le llama la atención. Algo en él no cuadra en aquella estampa. Tarda unas décimas de segundo en descubrir lo que es, pero cuando lo hace, todo su cuerpo se estremece. No escucha su respiración. Horrorizado comprende que es un Oscuro. Intenta atraparlo con su pensamiento mientras siente la degradación de aquella alma perdida. Es demasiado tarde. El oscuro, a la vez que empuja al chico hacia el autobús que llega a toda velocidad, se da la vuelta y le ataca con una sonrisa demente y triunfal en la cara. Él también ha sentido la fuerza y la bondad del chico, tan fuertes que no ha conseguido reclutarlo, así que ha decidido acabar con él. Su categoría es ínfima, y Maxim no tarda más allá de unos segundos en derrotarle con la fuerza de su mente. Pero estos segundos valiosos son la perdición del chico. La colisión ha sido irremediable. Siente cómo el alma de aquel ser especial se quiebra en aquel momento mientras su cuerpo sale despedido.

Desesperado, para el tiempo. Con la angustia reflejada en el rostro, se acerca al chico que está suspendido en el aire, todavía sin caer al pavimento, pero ya herido de muerte. Mide su propia energía con tristeza. Su decaimiento, su pérdida de motivación, junto a la pelea con aquel oscuro han hecho que su energía mágica esté bajo mínimos. El hechizo para revivir a un ser humano es complejo y potente; sólo unos pocos magos lo conocen. Él es uno de ellos, pero el costo es alto, tendría que utilizar toda su energía, toda la que le queda, para salvar al chico. Tiene que elegir, una vida a cambio de otra. La salvación del chico es necesaria; tal vez sea el salvador, el elegido. Pero si él desaparece, ¿Quién le guiará? ¿Quién será su profesor? Por otro lado ¿Qué será de su gente sin él? Tiene ante sí el dilema del diablo. Decida lo que decida la perdición está asegurada. Mientras medita indeciso, incapaz de decantarse por una opción u otra, siente que el alma del chico se une de improviso a la suya.

Sus corazones laten al unísono. Una imagen del futuro se forma ante él. El muchacho es ya un hombre, se ha convertido en maestro de maestros. Ante Maxím se materializa el mundo del futuro y siente con pesar que éste ha tocado fondo. El mal campa a sus anchas; a su alrededor observa imágenes desoladoras. Su desaparición ha traído consigo la derrota de la luz ante la oscuridad, la raza humana al completo ha sido seducida por la maldad. Pero aquella estampa es el primer rayo de esperanza. El elegido junto a un pequeño grupo de magos supervivientes comienza la lucha por recuperar la luz. El primer eslabón de la cadena. El inicio de algo más importante. A veces, para mejorar, hay que tocar fondo, piensa con esperanza Maxím. La decisión se presenta diáfana ante él. La suerte está echada.


El conductor del autobús intenta tranquilizarse mientras observa, sorprendido, al chico en pie sin apenas un rasguño. Juraría que le había dado de lleno, pero al parecer no ha sido así. Una vez consigue que el muchacho le prometa que va a ir a un médico, le permite montarse en el autobús. La vida es a veces sorprendente. El chaval, ileso, está plácidamente sentado al fondo del vehículo, mientras a pocos pasos intentan reanimar a dos ancianos que han caído fulminados en la propia parada. Quizás la impresión del accidente les ha provocado un ataque al corazón. Bueno, mejor dos viejos que un niño. Seguro que al chico le quedan muchas cosas que hacer en la vida. Igual acaba siendo el salvador del mundo. O su perdición, piensa con guasa. Quién sabe.

sábado, 21 de junio de 2008

AMENTIA

El caballero observa con inquietud la corona. Está exhausto. Todo el cansancio de aquellos últimos días de contienda se desploma sobre su espíritu en cuanto la mira. Es un hombre ya maduro, aunque todos aquellos ásperos años de lucha no han podido borrar del todo la vitalidad y el idealismo del joven que fue. Sin embargo, la responsabilidad y el cansancio, de los que hasta ahora no ha sido muy consciente, junto al horror de tanta sangre pesan demasiado. Siente que la culpa le ahoga y para aliviarla decide deshacerse de todo lo que la representa. Al quitarse la armadura, el cansancio se amortigua; cuando se deshace de la espada, aún manchada de sangre, todas las atrocidades que ha cometido en nombre de la libertad se difuminan un poco.
Hace apenas unas horas que la guerra ha finalizado. En el campo de batalla el enemigo aún yace exterminado. Lo que queda de su ejército no es más que un puñado de guerreros dispersos, exhaustos y desesperados que buscan alguna cara amiga entre aquel holocausto de cadáveres. La muerte los rodea por todos los flancos. Conservar la vida ha sido un ejercicio de destreza, instinto y suerte a partes iguales.
En los últimos veinte años, mientras avanzaba por el país capitaneando aquel ejército de infelices, nunca ha dudado mientras iba ganando terreno, al enemigo, a las traiciones y al cansancio. Y ahora que sus anhelos se han visto cumplidos y por fin se halla ante Amentia, la corona que representa al trono, al pueblo que tanto ama y que quiere guiar, se siente inseguro.
Suspira e intenta borrar aquel torbellino de pensamientos de su mente. Se da cuenta de que está nervioso y asustado, pero su determinación es firme. Por fin está allí, en el centro de la gran sala del viejo castillo abandonado. Hace trescientos años que nadie se corona rey de Lea, su patria. Su reino. El último rey, envenenado por su propio hijo, maldijo mientras agonizaba el trono. Después de aquello se han sucedido las guerras y los pretendientes, pero nadie ha sido nombrado rey.
La maldición del antiguo monarca era simple. Sólo aquel que tuviera humildad en su corazón podría ser ungido. Sólo aquel digno de llevar la corona sería rey. Muchos han llegado hasta aquel salón antes que él, tras de salir victoriosos en el campo de batalla, pero todos los que osaron coronarse habían perdido la razón al hacerlo.
Debido a la falta de rey el país ha estado sumido en el caos durante todos estos años. Los ejércitos victoriosos, después de perder a su líder en el castillo, caían en disputas por ver quién gobernaba el país y, aunque finalmente alguien conseguía el poder, la falta de legitimidad ha hecho que las regencias fueran cortas y tumultuosas. Por desgracia, la escasa estabilidad conseguida en estos tres siglos ha sido causada por despóticas tiranías, como la última que ha sacudido al país.
Se arma de valor, y avanza pero la duda le hace detenerse de nuevo. ¿Es él humilde de espíritu? Alguien que ansía el poder difícilmente puede serlo. Sin embargo, él lo desea para impartir justicia; para que su pueblo, que desde hace años sufre el yugo de una regencia tiránica, vuelva a sonreír. Al fin y al cabo él es parte de ese pueblo. Hijo de un molinero, se había visto obligado a huir cuando su aldea fue arrasada por negarse a pagar unos impuestos abusivos. Poco a poco, lo que había sido un pequeño grupo de rebeldes se había vuelto un ejército; lo que empezaron siendo pequeñas escaramuzas desembocaron en una auténtica guerra civil. ¿Quién puede ser más humilde y más digno de aquella corona que alguien surgido del propio pueblo al que representa? No lo sabe. Tampoco sabe si aquellos años de esfuerzo han merecido la pena. Si es digno de la confianza que han depositado en él todos los que aguardan con ansiedad su regreso, y aquéllos que quedaron en el camino. Muchos rostros amigos cruzan por su mente. ¿Es él merecedor de todo aquel sacrificio?
Respira hondo y por fin se decide. Se acerca con temor hasta ella. Amentia reposa sobre un pedestal cubierto con una tela de terciopelo en el centro de la gran sala. Es de color negro alabastro. Su hermosura llama su atención y durante unos segundos siente que su mente es arrastrada hacía aquella espesa negrura. El instinto le hace cerrar los ojos. Cuando los vuelve a abrir, se cuida de mirarla de frente. Avanza con precaución.
Cuando se halla ya a escasos centímetros, todo aquel cansancio y miedo le vencen. Siente la inmensa fuerza de la corona y, recordando más que nunca sus orígenes humildes, comprende que no es digno de ella. Ha cometido demasiadas atrocidades; ha infligido demasiado dolor para serlo. Se arrodilla lleno de respeto y temor.
Sin previo aviso, el espectro del último rey coronado se materializa ante él y con solemnidad le ciñe la corona. Mientras lo hace, una voz estruendosa retumba por todo el castillo hasta llegar al cercano campo de batalla.
“Ningún rey se corona a sí mismo, caballero. Siempre ha de ser investido por otro, de rodillas y desarmado, como respeto al pueblo que representa. Vos sois el esperado. ¡Viva el nuevo rey!”

jueves, 3 de enero de 2008

INICIACIÓN


Evidentemente no era lo mismo mirar por la mira telescópica del fusil una lata o un gato que una persona. Sintió el primer síntoma del paso previo al asesinato. La garganta se seca. Tragó saliva mientras se desabrochaba el cuello de la camisa y pegaba la barbilla a la culata. Intentó tranquilizarse, acompasar la respiración y el ritmo de su desbocado corazón.
Observó de nuevo a su presa. Era su padre. El paso previo para unirse a sus compañeros de la camorra era asesinarlo. Era la primera pieza y la que no se olvidaba jamás. La que hacía que la importancia de las que viniesen después perdiera sentido. Rezó por su madre. Rezó por él, para que aquella bala no matara también su alma.

DILUVIO INTERIOR.


Marcos observaba tras la ventana como aquel aguacero de otoño oscurecía el día. Ensimismado se enjuagó una lágrima sin notarlo. Su vista estaba fija en el columpio vacío del fondo del jardín. La lluvia se había hecho tan intensa que apenas se distinguía, aún así él lo veía perfectamente. Con la vista, a veces, y con el corazón todo el rato. Fuera el ruido de la tormenta arreciaba. Dentro retumbaba el silencio. Y el eco. El eco de los recuerdos grabados en su memoria. El primero de todos, el del amor con el que había inundado aquella casa junto a María el día en que llegaron. El eco de la ternura, de las caricias, de las palabras salidas de lo más hondo del corazón. Mezcladas con ellas también se intuían los sonidos de los juegos prohibidos: respiraciones agitadas, murmullos furtivos llenos de pasión y deseo. Después, nueve meses más tarde, un nuevo eco se destacaba sobre todos los demás. Era el sonido de los llantos infantiles, de las reprimendas y los abrazos, el de los juegos. El eco de la risa inocente de Silvia, su hija.

Y luego, sin solución de continuidad, el comienzo de la oscuridad. Aquel columpio. La advertencia de María. "Ese columpio es peligroso Marcos. No la dejes jugar en el", mientras ella se dirigía al trabajo. Él asentía sonriente, despreocupado. Entre los muros de aquella casa nada malo podía suceder. Pero sucedió. Fue de repente, sin previo aviso. Fruto del descuido, de la desidia. Y como resultado, la injusticia de la muerte. La desgracia absoluta. La mirada perdida de María mientras se llevaban a la niña al tanatorio. Y su silencio ante sus balbuceantes excusas. El desgarro interior que separaba y rompía almas. Nunca nada podría ser igual.

"Ningún Padre debería enterrar a su hijo". El cura. La iglesia. El luto. Guardar las apariencias. La compostura, los pésames, las palabras de ánimo. Y luego... la nada. El odio en los ojos de ella el día que se fue. En el dolor de María no había sitio para el perdón. En el suyo tampoco.

En cuanto la soledad le envolvió, comenzó un lento pero inexorable camino hacía la autodestrucción. Sólo la bebida acallaba el dolor, sólo el whisky le daba un respiro. Entre trago y trago el tiempo se hacía cada vez más interminable, con lo que la botella cada vez se acababa antes. Poco a poco su antigua vida fue disolviéndose en el inmenso océano de alcohol y sufrimiento en que se había convertido su existencia.

La carta de despido del trabajo no tardó en llegar. El tren no podía esperar más. Él se había bajado conscientemente, tirándose a un banco de la estación a digerir su dolor. La vida no paraba y el no tenía ganas de vivir. La noche se fundía con el día y el tiempo dejaba de ser algo coherente. Momentos indeterminados marcados por el timbre de la casa, que le recordaba que alguien aún se preocupaba por él. Lo ignoró, de manera repetida y eficaz, hasta que llegó el momento en el que dejó de oírse. Definitivamente solo, directo al plan final. Morir arrollado por la vida.

Hace cuatro horas que había vuelto en sí, de repente, a punto de ahogarse en su propio vómito. Después de reponerse se había arrastrado hasta la cama, muerto de miedo, incapaz de quitarse de encima la sensación de ahogo y asco, aunque resuelto a dormir para no despertar más. Por desgracia el ruido de la lluvia lo había devuelto a la consciencia, acercándolo hasta aquella ventana. A rumiar su desesperación, una vez había empezado a oír, fastidiado, una tenue voz que le susurra al oído que no quería morir. Ni morir ni vivir, pensó aburrido. Cómo si hubiera más posibilidades.

Un trueno le hizo regresar a la realidad. Volvió a llevarse la mano a los ojos, y esta vez comprobó con sorpresa que dentro también llovía. Un llanto purificador. El primer signo de esperanza.

ESCRITURA. INTENCIONES. DESEOS.

¿Si escribiera o escribiese de qué me gustaría escribir?, ¿O sobre qué?
De todo. Sobre todo. Al respecto de cualquier momento, lugar o suceso.
Ya escribo. ¿De qué?
De asesinatos, intrigas, pasiones,... del silencio.
¿Qué cuento?
El fin del mundo, el principio del universo.Escribo de una madre que llora a su hijo, de un hermano que lo añora por dentro. Sobre un dictador que ama en silencio, y que odia con aparatoso estruendo. De la vergüenza o de la falta de ella. De la superación, del cariño; del deseo. De hombres lobo y de peluches, de inspectores que fracasan en el intento.
Algo ya he escrito. ¿Sobre que escribiré?
Es lo de menos. Lo importante no es el resultado. Sino el intento.

DIME...


No me digas que te escuche.
No me digas que te entienda.
No me digas que te mire cuando hablas.
No me digas que te hable cuando miras.
No me digas...
Quiéreme. Bésame. Ámame en silencio.

HISTORIAS ROBOTICAS ( I )

DEFECTOS DE FABRICA

Abelardo miró ensimismado en torno a sí. Se encontraba en el parque de La Coral, dando un paseo acompañado de su humano preferido. Desde la revolución Robótica de hacía dos centurias, los humanos habían sido domesticados. Primero se destruyo la raza por considerarla un peligro potencial para la tierra (el planeta madre). Después a GOC (el Gran Ordenador Central) se le ocurrió clonarlos. Una vez se les hacía un concienzudo lavado de cerebro, se convertían en unos sirvientes estupendos y en unos amigos fieles. Ahora mismo lo tenía entretenido tirándole un palo. El humano gimió al ver que Abelardo no le hacía caso. Este; volviendo en sí, le mandó el palo a trescientos metros, para que le dejara un rato tranquilo pensando en sus cosas. El amaestrado ser salió cojeando en pos del palo (una parte del chip positrónico que tenía por cerebro le recordó que quizás tuviera que sacrificarlo; pobre bicho) mientras él seguía sumido en su desgracia. Hacia una hora que le habían comunicado que había sido despedido de su puesto de trabajo como recepcionista en el Gran Hotel Androide. Su mente estaba sumida en el caos. En aquel mundo lleno de eficiencia, un despido significaba que uno había perdido parte de sus facultades para ser perfecto. La esencia de un robot. Mientras cavilaba al respecto de cual había sido su fallo vio sentado en un banco a alguien que le resultaba familiar. Era un robot de octava generación; a la cual el mismo pertenecía. Al ver que estaba cosiendo una manta llena de agujeros, lo reconoció en el acto. Era Giuseppe; un antiguo compañero del PRR (Partido de los Robots Revolucionarios). Era lo que con desprecio, algunos llamaban un robot “tricotosa”. Se dedicaba a arreglar y confeccionar las ropas y los enseres de los humanos. Le gustó volver a verlo. Su mente se olvidó de los problemas por un momento, volviendo atrás en el tiempo. Era un antiguo novio de juventud, cuando los dos soñaban en un mundo mejor. Abelardo lo dejó en su día al no considerarle de suficiente categoría para él. Ironías de la vida. Sin trabajo, estaba en el escalafón más bajo de la pirámide robótica. Ahora era él el que no era digno de Giuseppe. Suspiró. Dudó, pero decidió acercarse con la esperanza de que le dejara algo de dinero para subsistir. Este, cómo todos los robots que trabajaban con humanos, tendía a coger caracteres y defectos de estos. Era muy enamoradizo. Abelardo confió en que le durará todavía el amor que le hubiera tenido y se compadeciera de él.Nada más verle la cara de Giuseppe se iluminó como una pila positrónica. Abelardo vio su oportunidad. Se acercó a él y le dio un fuerte abrazo, como si su ruptura y sus posteriores años sin tratarse no hubieran existido. Después de los saludos de rigor (en los cuales intentó ser lo más efusivo posible), le preguntó que hacía por allí (de echo era raro que no estuviera trabajando; pues era hora de labor). En un primer momento Giuseppe le miró desconfiado. Parecía sopesar algo; barruntó. Abelardo le puso la mejor de sus sonrisas y con toda la afectación que pudo le preguntó si le pasaba algo; que si lo necesitaba podía confiar en él. Giuseppe dudó un segundo más; y luego se le iluminó la cara.-“No tengo idea de que hago aquí; querido amigo. Hoy, cuando he mirado como todas las mañanas el PLC para ver la lotería sideral me he encontrado con que me habían tocado 100 millones de Robies. Me he quedado tan desorientado que me he puesto a andar sin rumbo hasta que he encontrado este banco y me he puesto a coser para relajarme”.Abelardo asintió en silencio. Sabido era que los “tricotosas” eran de pocas entendederas (seguramente porque debido a su sencillo cometido GOC los había creado con un cerebro con menos Gigas de lo habitual) y que se liaban con facilidad. Igual de sabido que para relajarse les daba por zurcir. Todo esto lo barruntaba por un circuito auxiliar. El principal estaba recuperándose de la impresión. Rápidamente este último decidió que aquel robot de tercera no era digno de semejante dineral. Seguro que no sabría que hacer con él. En 10 nanosegundos el disco duro central del cerebro de Abelardo ya había ideado la manera de hacerse con todo aquel dinero. Él no lo sabía, pero esta era la razón de su despido del hotel. Su chip positrónico; debido a un tiristor en mal estado, había perdido la única cualidad humana que GOC les incluía nada más crearlos. La conciencia de que era correcto e incorrecto. La diferencia entre el bien y el mal. Rápidamente se echó a los pies de su amigo y le confesó que le amaba locamente; que era el generador que movía su vida y que desde que lo dejaron no había podido más que pensar en él. “Hasta el punto mi amadísimo Giuseppe; que ayer debido a estar yo totalmente ausente pensando en ti, mi superior me despidió de mi trabajo de recepcionista. Parece cosa del mismísimo GOC, que hoy, 24 horas después, nos hayamos encontrado aquí. Es una señal que no deberíamos pasar por alto.”. La trampa surtió efecto. Un mes más tarde se casaron en la iglesia del Apocalipsis Robótico. Su luna de miel fue un viaje alrededor del mundo. Cuando Abelardo volvió; viudo, debido a un desgraciado accidente en las islas robóticas (una ducha de aceite demasiado resbaladiza), e inmensamente rico, lo primero que hizo fue hospedarse en el gran hotel Androide. Ironías de la vida.

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NOTA DEL AUTOR: Aunque nunca lo cazaron, Abelardo fue el primer robot asesino de la historia. Otros vinieron detrás de él (aquel tiristor defectuoso nunca fue detectado. El Gran Ordenador Central, pagado de su propia perfección, siempre lo achacó a mutaciones generadas por la naturaleza). Y aunque no fue consciente hasta mucho más tarde, en aquel momento comenzó el principio del fin de la era robótica. 1000 años y 4 guerras robóticas interplanetarias más tarde, desaparecieron víctimas de una de sus creaciones. Los cyborgs. Estos los consideraron seres demasiado peligrosos para el equilibrio del universo.

VERGÜENZA

VERGÜENZA. ¿Cómo superar ese sentimiento de extraña sensación de desnudez?. Desnudez, sí, porque de todas las artes la que más te expone es la de la palabra. ¿Cómo escribir sin que esto no se lleve algo de ti?, ¿Cómo conseguir no reflejar tus vivencias, tus pensamientos en cada palabra?, Viéndolo de otro modo, ¿Cómo escribir sobre lo que no se conoce?.
¿Cómo expresar una ficción sin que con ella no se nos vaya un trocito de nosotros mismos?. Hasta en la obra más banal se vislumbra algo del que está detrás. En las mentiras, en las verdades, en las necesidades..., ¿Cómo no avergonzarse de mostrar al final tu corazón a alguien que no ves, que quizás ni conoces?, ¿Cómo no tener miedo de que hasta tus deseos más oscuros, esos que hasta a uno mismo le cuesta intuir, no se descubran para un extraño?.
Escribir. Extraña necesidad. ¿Dijo Freud algo sobre ello?, ¿Ordenar ideas?, algo más que eso.
¿Cómo sobrellevar la necesidad con la falta de talento?.
Leo estas escasas líneas. NO LO ENCUENTRO. Pero no las quiero tocar. Mal, pero expresan lo que siento. Intentare ver a que me lleva esto, le daré tiempo. Quizás de aquí surja una ROSA, quizás solo asistamos a un ENTIERRO.
VERGÜENZA. TE HECHO A UN LADO, EMPIEZO...