jueves, 3 de enero de 2008

HISTORIAS ROBOTICAS ( I )

DEFECTOS DE FABRICA

Abelardo miró ensimismado en torno a sí. Se encontraba en el parque de La Coral, dando un paseo acompañado de su humano preferido. Desde la revolución Robótica de hacía dos centurias, los humanos habían sido domesticados. Primero se destruyo la raza por considerarla un peligro potencial para la tierra (el planeta madre). Después a GOC (el Gran Ordenador Central) se le ocurrió clonarlos. Una vez se les hacía un concienzudo lavado de cerebro, se convertían en unos sirvientes estupendos y en unos amigos fieles. Ahora mismo lo tenía entretenido tirándole un palo. El humano gimió al ver que Abelardo no le hacía caso. Este; volviendo en sí, le mandó el palo a trescientos metros, para que le dejara un rato tranquilo pensando en sus cosas. El amaestrado ser salió cojeando en pos del palo (una parte del chip positrónico que tenía por cerebro le recordó que quizás tuviera que sacrificarlo; pobre bicho) mientras él seguía sumido en su desgracia. Hacia una hora que le habían comunicado que había sido despedido de su puesto de trabajo como recepcionista en el Gran Hotel Androide. Su mente estaba sumida en el caos. En aquel mundo lleno de eficiencia, un despido significaba que uno había perdido parte de sus facultades para ser perfecto. La esencia de un robot. Mientras cavilaba al respecto de cual había sido su fallo vio sentado en un banco a alguien que le resultaba familiar. Era un robot de octava generación; a la cual el mismo pertenecía. Al ver que estaba cosiendo una manta llena de agujeros, lo reconoció en el acto. Era Giuseppe; un antiguo compañero del PRR (Partido de los Robots Revolucionarios). Era lo que con desprecio, algunos llamaban un robot “tricotosa”. Se dedicaba a arreglar y confeccionar las ropas y los enseres de los humanos. Le gustó volver a verlo. Su mente se olvidó de los problemas por un momento, volviendo atrás en el tiempo. Era un antiguo novio de juventud, cuando los dos soñaban en un mundo mejor. Abelardo lo dejó en su día al no considerarle de suficiente categoría para él. Ironías de la vida. Sin trabajo, estaba en el escalafón más bajo de la pirámide robótica. Ahora era él el que no era digno de Giuseppe. Suspiró. Dudó, pero decidió acercarse con la esperanza de que le dejara algo de dinero para subsistir. Este, cómo todos los robots que trabajaban con humanos, tendía a coger caracteres y defectos de estos. Era muy enamoradizo. Abelardo confió en que le durará todavía el amor que le hubiera tenido y se compadeciera de él.Nada más verle la cara de Giuseppe se iluminó como una pila positrónica. Abelardo vio su oportunidad. Se acercó a él y le dio un fuerte abrazo, como si su ruptura y sus posteriores años sin tratarse no hubieran existido. Después de los saludos de rigor (en los cuales intentó ser lo más efusivo posible), le preguntó que hacía por allí (de echo era raro que no estuviera trabajando; pues era hora de labor). En un primer momento Giuseppe le miró desconfiado. Parecía sopesar algo; barruntó. Abelardo le puso la mejor de sus sonrisas y con toda la afectación que pudo le preguntó si le pasaba algo; que si lo necesitaba podía confiar en él. Giuseppe dudó un segundo más; y luego se le iluminó la cara.-“No tengo idea de que hago aquí; querido amigo. Hoy, cuando he mirado como todas las mañanas el PLC para ver la lotería sideral me he encontrado con que me habían tocado 100 millones de Robies. Me he quedado tan desorientado que me he puesto a andar sin rumbo hasta que he encontrado este banco y me he puesto a coser para relajarme”.Abelardo asintió en silencio. Sabido era que los “tricotosas” eran de pocas entendederas (seguramente porque debido a su sencillo cometido GOC los había creado con un cerebro con menos Gigas de lo habitual) y que se liaban con facilidad. Igual de sabido que para relajarse les daba por zurcir. Todo esto lo barruntaba por un circuito auxiliar. El principal estaba recuperándose de la impresión. Rápidamente este último decidió que aquel robot de tercera no era digno de semejante dineral. Seguro que no sabría que hacer con él. En 10 nanosegundos el disco duro central del cerebro de Abelardo ya había ideado la manera de hacerse con todo aquel dinero. Él no lo sabía, pero esta era la razón de su despido del hotel. Su chip positrónico; debido a un tiristor en mal estado, había perdido la única cualidad humana que GOC les incluía nada más crearlos. La conciencia de que era correcto e incorrecto. La diferencia entre el bien y el mal. Rápidamente se echó a los pies de su amigo y le confesó que le amaba locamente; que era el generador que movía su vida y que desde que lo dejaron no había podido más que pensar en él. “Hasta el punto mi amadísimo Giuseppe; que ayer debido a estar yo totalmente ausente pensando en ti, mi superior me despidió de mi trabajo de recepcionista. Parece cosa del mismísimo GOC, que hoy, 24 horas después, nos hayamos encontrado aquí. Es una señal que no deberíamos pasar por alto.”. La trampa surtió efecto. Un mes más tarde se casaron en la iglesia del Apocalipsis Robótico. Su luna de miel fue un viaje alrededor del mundo. Cuando Abelardo volvió; viudo, debido a un desgraciado accidente en las islas robóticas (una ducha de aceite demasiado resbaladiza), e inmensamente rico, lo primero que hizo fue hospedarse en el gran hotel Androide. Ironías de la vida.

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NOTA DEL AUTOR: Aunque nunca lo cazaron, Abelardo fue el primer robot asesino de la historia. Otros vinieron detrás de él (aquel tiristor defectuoso nunca fue detectado. El Gran Ordenador Central, pagado de su propia perfección, siempre lo achacó a mutaciones generadas por la naturaleza). Y aunque no fue consciente hasta mucho más tarde, en aquel momento comenzó el principio del fin de la era robótica. 1000 años y 4 guerras robóticas interplanetarias más tarde, desaparecieron víctimas de una de sus creaciones. Los cyborgs. Estos los consideraron seres demasiado peligrosos para el equilibrio del universo.

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